Hace unos días, ha dejado este Mundo, por su propio pie y esta vez para siempre, Arthur C. Clarke.
Quizá sin pretenderlo, imbuyó en muchos de sus lectores la certeza de que
Maestro de un género las más de las veces menospreciado, su obra es profundamente literaria, humanista y dotada de una fuerza expresiva y pictórica tan inesperado para el profano que, sorprendido, se sumerge voluntariamente en versiones futuras no siempre venturosas, pero con el inconfundible aroma de la esperanza en que nuestra raza recapacite a tiempo y justifique su presencia en el Cosmos.
Nadie como los escritores, los buenos escritores de Ciencia Ficción, contribuyen a concebir y difundir la verdadera Utopía, a analizar y resolver los conflictos personales y sociales que nos impiden avanzar, evolucionar y configurar un mundo futuro que todos anhelamos, pero hacia el que somos incapaces de hallar el camino.
Tras cada realidad inventada, Sir Arthur C. Clarke suponía una Inteligencia superior, un fin no hostil del que podríamos ser tan sólo un medio, y alejado siempre de dioses tan omnipotentes como falsos y grotescos, sus arcanos y entes suprahumanos estaban sometidos a nuestras mismas leyes físicas, podían ser tocados y olidos, pero carecían del componente autodestructivo e individualista que se interpone entre el ser humano y su felicidad, desviándole constantemente por los atajos del oscurantismo y el fanatismo religioso.
Como le ocurrió a Isaac Asimov, su desesperada búsqueda de una fórmula infalible para lograr que
Gracias a ambos, por intentar despertarnos de nuestra insignificancia, y enseñarnos que el futuro jamás estará definitivamente escrito.
Feliz viaje a Rama, Maestro.