Es el rol que la amalgama judía ha escogido para sí y el resto del mundo. Pueblo Elegido por Dios, con mayúsculas, como se escriben los dioses estúpidos, crueles y de menguante sesera.
Salpicada primero e inundada después, de suculentas mentiras sobre éxodos improbables y deportaciones juradas -que no comprobadas- el más posible de los pasados indica que Israel, la Israel mesiánica de muchos siglos atrás, ni huyó ni sufrió en la exagerada medida de la que tanto gusta de alardear; más bien ocurrió lo que a cualquier pueblo sucede por simple regla de tres de la sociología natural: se mezcló -si es que no lo estuvo siempre- con el entorno humano que compartía, olvidando sus raíces, convirtiéndose a las nuevas corrientes religiosas que nunca dejan de circular, como el tifus en los ambientes malsanos. No significa ésto negar la realidad sefardí.
Sin embargo, es lícito sospechar que o bien Yavéh erró en la divina elección, decantándose por una de las tribus de más soberbias, despiadadas y astutamente malvada del planeta, o la sangre vertida en estos años de locura es mucho más judía de lo que su inexistente conciencia podría soportar.
El victimismo bien llevado confiere a la presa el poder y el derecho más cruel y depredador, le habilita ante el mundo para resarcirse con creces de las ofensas y perjuicios recibidos en el pasado. Entre las muchas caras del omnipotente poder terrenal, el híbrido económico/militar acalla las bocas y neutraliza el escozor de conciencias, provoca impotencia y dolor abdominal. Consulte a su farmacéutico.
Tan sólo el indio loco y sin dios conocido, Evo, ha tomado la drástica medida de tapiar las relaciones diplomáticas con los sabios de sión, al tiempo que se desmoronaba parte de la sede de la agencia de las Naciones Unidad para los refugiados. En Gaza, por supuesto.
Y es que no ha nacido aún la resolución del Consejo de Seguridad de la Onu capaz de apaciguar la cólera de Yavéh.
Salpicada primero e inundada después, de suculentas mentiras sobre éxodos improbables y deportaciones juradas -que no comprobadas- el más posible de los pasados indica que Israel, la Israel mesiánica de muchos siglos atrás, ni huyó ni sufrió en la exagerada medida de la que tanto gusta de alardear; más bien ocurrió lo que a cualquier pueblo sucede por simple regla de tres de la sociología natural: se mezcló -si es que no lo estuvo siempre- con el entorno humano que compartía, olvidando sus raíces, convirtiéndose a las nuevas corrientes religiosas que nunca dejan de circular, como el tifus en los ambientes malsanos. No significa ésto negar la realidad sefardí.
Sin embargo, es lícito sospechar que o bien Yavéh erró en la divina elección, decantándose por una de las tribus de más soberbias, despiadadas y astutamente malvada del planeta, o la sangre vertida en estos años de locura es mucho más judía de lo que su inexistente conciencia podría soportar.
El victimismo bien llevado confiere a la presa el poder y el derecho más cruel y depredador, le habilita ante el mundo para resarcirse con creces de las ofensas y perjuicios recibidos en el pasado. Entre las muchas caras del omnipotente poder terrenal, el híbrido económico/militar acalla las bocas y neutraliza el escozor de conciencias, provoca impotencia y dolor abdominal. Consulte a su farmacéutico.
Tan sólo el indio loco y sin dios conocido, Evo, ha tomado la drástica medida de tapiar las relaciones diplomáticas con los sabios de sión, al tiempo que se desmoronaba parte de la sede de la agencia de las Naciones Unidad para los refugiados. En Gaza, por supuesto.
Y es que no ha nacido aún la resolución del Consejo de Seguridad de la Onu capaz de apaciguar la cólera de Yavéh.
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