No crean ustedes que no es una suerte que el más reciente expresidente de éste nuestro humilde país, carezca del más elemental sentido de la honestidad, amor propio y vergüenza torera.
Ahora que el César saliente reparte azucarillos a sus fieles animales de carga por los servicios prestados, a nuestro burro insignia por un largo período de ocho años, ni mentarlo.
Ahora que el César saliente reparte azucarillos a sus fieles animales de carga por los servicios prestados, a nuestro burro insignia por un largo período de ocho años, ni mentarlo.
Yo, personalmente, pasaría el resto de mi vida sin volver a mirarme a un espejo, no sin antes contratar los servicios de Jiménez Losantos para que dedique el resto de su carrera a hundir en la miseria al ingrato yanqui que, de un día para otro, le arrancó de su corazón, ninguneándolo como a un Zapatero cualquiera, dejándole tan sólo el recuerdo amargo de su semen en el bigote, que no hace tanto se hubiese relamido con fruición por el simple regalo de una sonrisa, de una palmadita espaldera suya.
Qué tendrá Blair, que no tuviese él.
Su mirada, su olor, su forma de caminar.
Tal vez algún soldado inglés,
muerto en Irak.
De haberlo sabido, habría sacrificado
alguno de los nuestros,
muertos, de todas formas,
en Afganistán.
Podría decirle -igual se lo traga-
que tres docenas -o más-
de aguerridos hispanos fueron abatidos
a bordo de un Yak
mientras defendían a Ryan
en pleno Bagdad.
Que, decidido y valiente,
se disponía a prestar
a la cruzada del moro
el submarino Prestige
-último grito en nuclear-
cuando el osado Bin Ladden
premeditado, alevoso,
como es de esperar,
en hábil viraje
hundió nuestra nave
en el fondo del mar.
Su mirada, su olor, su forma de caminar.
Tal vez algún soldado inglés,
muerto en Irak.
De haberlo sabido, habría sacrificado
alguno de los nuestros,
muertos, de todas formas,
en Afganistán.
Podría decirle -igual se lo traga-
que tres docenas -o más-
de aguerridos hispanos fueron abatidos
a bordo de un Yak
mientras defendían a Ryan
en pleno Bagdad.
Que, decidido y valiente,
se disponía a prestar
a la cruzada del moro
el submarino Prestige
-último grito en nuclear-
cuando el osado Bin Ladden
premeditado, alevoso,
como es de esperar,
en hábil viraje
hundió nuestra nave
en el fondo del mar.
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