jueves, 3 de abril de 2008

¿Dónde está Kwai Chang Caine?

Uno, que las más de las veces oye campanas sin saber dónde, andaba francamente preocupado por la cosa del Tibet. Sin entrar en juicios ni valoraciones, la situación, que no es de risa, me resultaba inexplicable. Cómo entender que tipos que separan a voluntad el alma de su cuerpo y van en tal estado a Londres o el Cabo de las Tormentas, que lucen el imponente azafrán de sus túnicas y son capaces de sacarle a uno los ojos en un pestañeo, amén de saltar como grullas entre gritos gatunos y mortales zarpazos de leopardo, cómo entender, decía, que se dejen moler a palos por cuatro chinos de bazar.

Entre los claroscuros de la infancia, me venía a las mientes ese Kwai Chang Caine, con esa paciencia oriental, ascética, pero que por nada del mundo se dejaba tocar la cara. Porque él también tenía una túnica igual, anaranjada, y los monjes budistas le instruyeron, en su templo, en los misterios del kung-fu, y el hombre desviaba balas con el meñique y brincaba al ralentí repartiendo cuanto había que repartir, tras lo cuál sólo había que sacudirse el polvo de la contienda.

En qué cabeza cabe, pues, que los mismos monjes tengan que remangarse los hábitos y les falte campo para correr. Y apuesto a que no soy el único que se hace la pregunta.

Pues bien, la explicación es más simple de lo que cabía esperar. Y es que el dichoso Kwai Chang Caine no era tibetano, sino chino. Chino de China, del mismísimo centro de la China, para más abundar, y no fue al cole en un templo tibetano, sino en un monasterio Shaolín, que es donde se toman en serio eso de la defensa personal.

Así pues que nadie se engañe, que los monjes del Tíbet son como los nuestros, sólo que con un vecindario bastante más borde.