martes, 8 de abril de 2008

DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MI

Con esta orden, ponía a caldo a sus prosélitos el protagonista de la fábula que sirvió de excusa a toda una casta de espabilados para fundar un macroimperio económico, político y sectario. Ya en esas fechas, se atribuyó al ficticio personaje una intuición que, con el paso de los siglos, resultaría premonitoria: que el substrato de cuanto vendría después eran precisamente eso, los niños. Que de ellos se nutriría la curia, tanto en lo espiritual como en lo meramente carnal.

Con los niños han tejido sus más diestros lazos, ardides urdidos para tiranizar la ética de la masa. Desde los niños-mártires a quienes sus indemostrables leyendas hicieron perecer tras terribles suplicios, hasta aquéllos infelices convertidos en testigos de apariciones místicas, actores inconscientes de un teatro maquiavélico, pasando por el objetivo irrevocable que esta mafiosa organización se ha marcado desde el principio: estar presentes y marcar a fuego la psicología de los seres humanos cuando más indefensa es, durante la infancia.

El daño infringido (a veces irreparable) en el desarrollo natural de la personalidad de los niños, es en la actualidad amparado por muchos estados democráticos, al margen incluso de la ley, como es el caso de España. Muchos de estos críos crecen convencidos de que se achicharrarán entre indecibles dolores por siempre, si no acceden a autoimponerse “amar” a un ente invisible, que siempre les tiene el ojo encima, y obedecer ciegamente sus pautas, por insensatas que les parezcan. En definitiva, están coaccionando mediante la amenaza física su libre albedrío en asuntos que, desde el punto de vista humanista y la lógica básica, carecen de la menor relevancia, incluso es indispensable para el sano desarrollo físico e intelectual del niño.

Esto es constitutivo de un delito grave contra la integridad psíquica de las personas, por más que se le quiera adornar.

Todo esto viene a cuento de que en estos días, el cónclave de terroristas mentales que se autodenominan como CONFERENCIA EPISCOPAL, no contentos con reeditar para sus desdichados adeptos una actualización de su tradicional, imaginario y sádico decálogo, advirtieron que algo faltaba en estrategia del asunto. Si, faltaban los Niños.

Pues dicho y hecho, se han puesto manos a la obra y, con la inexplicable e improcedente connivencia de los medios de comunicación, han puesto en el mercado una edición para Niños. Cien mil ejemplares. Cien mil mentes infantiles en riesgo de ser perturbadas en imprevisible grado por estos cínicos, caso de que consigan colocarlos todos, a uno por chaval.

Para dar una idea de la demencial situación planteada, uno de los capos de la mafia romana, Salinas, alias “monseñor”, presume sin despeinarse siquiera de “la gran libertad de la que goza la Iglesia española para transmitir la fe, una misión que, según señaló, los obispos no dejarán de realizar, ya que a través de la catequesis se contribuye a formar “mejores ciudadanos”, más solidarios y próximos a los demás.”

Sr. Salinas, la libertad que disfruta su holding pretendidamente espiritual, se erige sobre la muchos millones de seres humanos que experimentamos el intento de adoctrinamiento y ablación del sentido común, lamentando comunicarle que sin el menor éxito en los más de los casos.

Al día de hoy, inculcan a los críos principios básicos para conformar buenos ciudadanos, por ejemplo la definición de infierno como "el sufrimiento de los hombres que, después de la muerte, están separados de Dios para siempre", ó pecado como "decir no al amor de Dios, desobedeciendo sus mandamientos".

Sufrimiento, muerte, desobediencia, son los vocablos que con que quedará impregnada la mente de los futuros “buenos ciudadanos” que obtendremos dejando la educación en estas manos.

No, Sr. Salinas, el infierno es separar a los seres humanos de su dignidad, de su autoestima, encorsetar su libertad, pretender asfixiar su voluntad hasta convertirlos en máquinas de donar fondos para su organización, que no porque las fiscalías hagan oídos sordos y ojos ciegos, deja de antojárseme como delictiva y peligrosa.

Y si un pecado resulta imperdonable, abominable, es ejercer de sumo sacerdote pregonando mentiras, inventando personajes de los que la Historia no ha oído hablar y profiriendo veladas amenazas tras cada frase, pues si imagino una víbora forzando una sonrisa benevolente, es su rostro el que aparece, Sr. Salinas. El suyo y el de su séquito de serpientes anidadas.