martes, 20 de mayo de 2008

Hombre Lobo en Londres

No cabe duda que, en la cosa científica, nos la jugamos sin reparos. Me impresiona el arrojo de los genetistas a la hora de mezclar a tontas y a locas, lo que me recuerda aquello que decía que la inteligencia tiene un límite, la estupidez, no. Quién sabe dónde acaba el científico sagaz y dónde empieza el maquiavélico traficante de engendros.

Los británicos inventaron la llave inglesa, ésa que se adapta a lo que haya que enroscar, y con ese currículo uno está convencido que homologarán sensatamente lo que haga falta, así que basta con dejarles discutir el tema sin inmiscuirse; seguro que no harán jamones con ojos, que no cruzarán tigres con bengalas ni osos con hormigas, que esas cosas sólo las hace bien la naturaleza, con mucha paciencia, que es la madre de la Ciencia. Dicen.

Además, para disipar cualquier duda, el Parlamento Inglés lo ha dejado bien claro: los embriones obtenidos de la mezcla genética de seres humanos y animales, bajo ningún concepto se introducirán en el útero de una mujer. Son esas cosas que le dejan a uno sumamente tranquilo y seguro de que todo discurrirá por los cauces positivos de la medicina y la ciencia.

Claro que, de paso y para despejar la duda del viceversa, bien podrían completar la norma y añadir: así como tampoco y bajo ningún concepto, se introducirán los embriones resultantes en el útero de un… animal.

Quien hace la Ley, como siempre, hace la trampa.