lunes, 10 de agosto de 2009

Católicos, hoy: dejados de la mano de Dios.

Colectivos ateos y anticlericales se desgañitan a través de los Medios demandando el desarme político de la Comunidad Católica y el Estado Vaticano, arguyendo un intervencionismo inadmisible de la Iglesia en lo público y atribuyéndoles actitudes obstrucionistas en el normal desarrollo legislativo y progreso social del país.

Cierto es que muchos de los ciudadanos que profesan el Catolicismo apostolar y activo en España, está reaccionando a la política laicista de los sucesivos gobiernos que se ha traducido en una pérdida de poder político e influencia social del clero sin precedentes, a pesar de las múltiples organizaciones surgidas para combatir las leyes socialistas que atentan radicalmente contra las bases morales que todo católico considera incuestionable en una sociedad de la que forme parte.

Mientra el ateismo militante gana terreno y adeptos día tras día gracias al progresivo reflejo de su pensamiento en las normas de convivencia, el Catolicismo contempla impotente e incrédulo cómo la moral popular escapa a su influencia y cómo estrategias -lícitas, por otra parte- como negar sistemáticamente la peticiones de anulación del bautismo a fin de mantener las estadísticas a su favor, están resultando inútiles a la postre, sirviendo exclusivamente como albarán justificante en la obtención del sustento económico del Estado, sin el cual, probablemente, la secular Institución vería seriamente comprometida su continuidad, dado que los feligreses se muestran poco interesados por colaborar a su mantenimiento material.

A esta triste situación ha sido conducida la Iglesia, fundamentalmente, por la ausencia de un reflejo en el ámbito político español, ya que a pesar de que algunos partidos -básicamente regionalistas- se declaran demócrata-cristianos, el apoyo real mostrado a las propuestas Católicas ha sido, en la práctica, nulo.

Asociados ideológicamente a Alianza Popular, con la refundación de ésta el alejamiento hacia posiciones neutrales se hace patente, movimiento que el nuevo Partido Popular intenta equilibrar -y conservar así el muy relevante voto Católico- con la adhesión de militantes renombrados del entorno del Opus Dei que llegarán a ocupar cargos notables tanto en la organización como en el gobierno de Aznar. La estratagema da resultado y recaba el voto católico más conservador, ya que el PSOE, para idéntico fin, tan solo cuenta con la filiación de José Bono, un católico tibio de poca monta, la clase más despreciada por los "cristianos viejos".

Sorprende que durante los ocho años de gobierno popular no se abordase la ley del aborto, muy permisiva ya por aquél entonces y eterno caballo de batalla del frente Católico, a fin de reducir tanto como fuese admisible su ámbito de aplicación. Tal camino hubiese sido lógico, sencillo y rápido, sobre todo en legislaturas de mayoría Popular. Los católicos se durmieron en los laureles y perdieron el tren.

Hodierno -como muchas organizaciónes católicas denuncian- la creciente animadversión de diversos sectores de la sociedad hacia las religiones en general y el Catolicismo -por influencia y cercanía, sin duda- en particular, está conduciendo a situaciones de enfrentamiento dialéctico en los medios de comunicación, sobre todo escritos, incluso a atentados aislados contra alguna iglesia y perpetrados por desconocidos -que sin más son identificados como ateos- como consecuencia del clima de crispación creado.

Términos arcanos como herejía, blasfemia o satánico están saliendo, inexplicablemente, a la palestra como escudo defensivo ante lo que las facciones más extremistas de la comunidad católica considera difamación contra sus creencias, vertiendo pronósticos apocalípticos contra los supuestos ofensores, en un escenario sumamente irreal y desagradable.

En este sentido, cabe destacar que la alta jerarquía eclesiástica, más docta y cultivada, comprende y enfoca estas cuestiones de forma civilizada y racional, de manera que parece estar obrándose el cambio cualitativo que tradicionalmente se venía demandando en algunos axiomas de la Iglesia. La paradoja consiste en que ahora, es el creyente de calle quien se radicaliza.

La última encíclica de Benedicto XVI es, salvando el obligado lodo dogmático, aterradoramente hermosa, lo que ha molestado a no pocos católicos, que sorprendentemente acusan al Papa de entrar en materias que desconoce, como es la economía, en consecuencia de su clara condena al liberalismo y la desigualdad social que provoca a escala planetaria. El mundo al revés.

Y no es la única crítica recibida por la actitud abierta y solidaria de Benedicto -con que nos ha sorprendido a muchos, habituados a la insana ambigüedad de Juan Pablo II-. La apertura al diálogo con otras religiones ha sido interpretado como una claudicación, un reconocimiento de que el Catolicismo no es la única vía para llegar a Dios y, por tanto, un acto de herejía y alta traición para algunos o, quizá, muchos.

A pesar de la numantina resistencia de "los cruzados", el Catolicismo está experimentando un cambio sustancial, desde las jerarquías superiores y en dirección a las bases, en su actitud hacia "los otros", tomando conciencia del lento pero inexorable declive a que su obstinada negación de lo ajeno le ha conducido, por primera vez, en su milenaria trayectoria.

Ni esperable ni deseable sería un cambio de dirección en los asuntos clásicos, sexualidad, aborto, familia, etc., pero marcar distancias definitivas con formas de gobierno no democráticas y desautorizar sin ambages la muerte en cualquiera de sus manifestaciones, supone una feliz novedad, a sabiendas de que su constatación práctica habrá de esperar aún mucho tiempo.

Esta crisis no ha cogido desprevenido a nadie en el seno de la Iglesia. Consta ampliamente profetizado, con desenlaces que conducían incluso a su refundación como única forma de erradicar el caos y la corrupción incrustada en esta Institución (ver "Profecías Católicas de San Pedro Celestino")

En definitiva, el católico, hoy, ve pasar los días mirando al cielo, esperando inútilmente una excepcionalidad que se demora en el tiempo a medida que van acaeciendo las fechas profetizadas, mientras, a ras de suelo, los gobiernos legislan pragmáticamente en función de los hechos y necesidades reales, prescindiendo de agotadas teogonías.

El católico, hoy, se ha transformado en un número sumado en manifestaciones intranscedentes, aliviados precariamente por la certeza moral y el tan pobre como triste recurso del pataleo que ha descubierto en los blogs de internet y las cartas al director de la prensa impresa, mientras son ninguneados por los poderes públicos y sin opción política fiable a la que demandar apoyo, en una sociedad donde serán apenas recordados como fustrados veteranos de una guerra con la que cada vez menos gente quiere tener nada que ver y que, quizá para desdicha de todos, perdieron.