miércoles, 20 de abril de 2011

Viernes 13

Pretendo que este artículo sea conciso, así que empezaré con esta práctica y breve parábola: hasta los médicos recomiendan un susto para acabar con el hipo.

Para este país agobiado por el hipo, varios sustos que se me ocurren “a bote pronto”, sin demasiada reflexión:

1.- Nacionalizar tres bancos, los tres más reacios a emplear cristianamente el dineral con que les salvamos de un hundimiento ficticio.

2.- Eliminar el sistema de autonomías de un plumazo. Así cual suena, de un día para otro.

3.- Retirar amablemente la financiación pública a sindicatos y partidos políticos.

4.- Renacionalizar tres antiguas empresas públicas que dejaron de serlo por un error electoral.

5.- Frenar en seco -y con las sentencias a la horca que sean menester- la privatización de AENA.

6.- Readmitir en sus puestos de trabajo y hasta la edad legal de 67 años a todos los empleados injustamente prejubilados en la flor de la vida.

7.- Permitir que el neoliberalismo se desarrolle libre como un pajarillo, retirando todas y cada una de las subvenciones a la producción agrícola, industrial o energética, así como a federaciones y asociaciones tanto progres como casposas y sea cual sea su dedicación.

8.- Construir un magnífico museo de cera en el Palacio de la Zarzuela en recuerdo de la Monarquía.

9.- Otorgar la libertad laboral a todo funcionario que albergue dudas sobre su vocación de servicio público.

10.- Simplificación de los tramites de liquidación en casos de quiebra empresarial: la venta íntegra del activo del empresario y testaferros y su total inversión en paliar la angustia vital que la indeseable situación habrá provocado en empleados y proveedores.

11.- Demorar toda concesión de licencia de obra nueva hasta que la última vivienda de reciente construcción haya sido adjudicada y ocupada. El hormigón se hace con agua y el agua es un bien de un valor incalculable: no lo desperdicies.

12.- Listas abiertas en todos los comicios y suspender al ciudadano D’Hondt, en “comprensión lectora”, por no haber entendido el concepto “una persona, un voto”.

Y, por último, 13.- Entregar a Aznar a Al-Qaeda por tiempo indefinido para que complete su entrenamiento como terrorista suicida. Rajoy podría acompañarle si Jose Mari se lo pide; por no llevarle la contraria, mayormente.

Papá, regálame un Nokia.

Unos años atrás –no muchos-, los resultados electorales en Finlandia nos habría importado pimiento y medio. Al día de hoy bien podría ocurrir otro tanto, si no fuese porque por aquellos helados lares retumba una voz que propone abandonar la muy europeista tradición de sufragar los desmanes y excesos de los borrachines del “bajo-A”, algo así como el tercer mundo del continente. Opiniones cada vez más respaldadas que abogan incluso por segregarse del casquivano puticlub europeo, haciendo suyo el conocido “con su pan se lo coman”. Yo haría igual de estar en su caso, lo juro.
         
Sorprende incluso que países como Alemania no hayan caído ya en la misma cuenta, y se desmarquen de las derramas extraordinarias ocasionadas por la vida licenciosa con que por aquí nos regalamos. Pero sorprende sólo en primera instancia, una vez comprendemos que Alemania tan sólo nos regala los 25 euros justos para mantenernos en estado de cogorza y juerga flamenquita perenne, pero con zorrunas intenciones, jugando al “Manolito” interesado y pesetero de las memorables viñetas de Mafalda.
         
Para Alemania, España y Portugal o Grecia son el bicho y chinarro que nos cuelan con las lentejas pero de gravidez inestimable en la báscula, el cabo y rabo de la aceituna, el papel de estraza y el hielo incluidos en el peso de los langostinos, pero que no les importa pagar a precio de mercancía comestible porque aún así, les sale a precio de saldo. Tan barato como puede resultar la propina al chico de los recados a cambio de la disponibilidad absoluta. Si no, imagínense que el valor de salida del euro hubiese coincidido con el de la peseta. Hoy, sin percatarnos siquiera, pagamos por un café un marco con diez.
         
Así se explica que la Dama de Acero Inoxidable no pierda la paciencia con los díscolos sureños; suministra la dosis exacta de veneno -con una frialdad y seguridad que pasma- que ni nos mata ni nos sana, pero nos deja mansitos y listos para el ordeño en forma de deuda pública, como dicen les ocurre a las legendarias vaquitas de MacDonald. La laboriosa Alemania ha progresado, probado las mieles de la especulación financiera a través de la diplomacia y descubierto las jugosas prebendas derivadas del arte de someter las reputaciones de los tesoros públicos de las economías desindustrializadas a un río revuelto para ganancia de los que están cómodamente sentados en la barca, los pescadores arios.

En el otro extremo del ring Finlandia, un país de tintes anacoretas que hace la compra por internet, se mueve cómodamente en la jetset planetaria de la economía, el desarrollo sostenible, las libertades personales y un estado de bienestar en el que se conjuga una renta percápita puntera con un sistema educativo y de atención social ni remotamente parecidos a lo que se ve por Torremolinos. Adquiere en el exterior las materias primas que precisa y hace filosofía económica de alto estanding  valiéndose de la inversión en tecnología avanzada, una pulcra silvicultura y unos marcadores de corrupción tendentes a cero. Ahí es nada.
                  
En un estado de gracia así, resulta lógico que se pregunte qué le incumbe el manto freático de degeneración que discurre bajo nuestros pies y que rezuma podredumbre por donde, accidentalmente, se le permite aliviar la presión.

Me pregunto yo y se pregunta Finlandia qué culpa tiene ella de nuestras carencias históricas y congénitas, de nuestro perverso amor por bienvivir sin trabajar, de nuestra obsesión cani por ornatos y fruslerías, del meapilismo enfermizo con que nos castramos, de nuestro sempiterno clientelismo corrupto disfrazado de paz social, de la incapacidad crónica que nos exime de la responsabilidad de cultivar y mimar el cerebro de las nuevas generaciones; de que, en definitiva, la herencia y la costumbre nos invite a no utilizar la espalda si no es para cargar un santo o un amiguete en riesgo de coma etílico.

¿Tópicos? Puede ser que sí, puede ser que no. Pero tan importante como la forma en que nos vemos, es la apariencia que guardamos para los demás. Y para lo último que está esta tierra es para salir con bien de un psicoanálisis.