miércoles, 27 de mayo de 2009

El Planeta lacrado

Estamos anclados a este planeta. Encerrados y revueltos en una angosta urna de cristal que nos concede la vista del Universo como una limosna, pero que apenas permite la respiración de las ideas sin obligarnos a respirar el vaho -a veces envenenado- del que, como nosotros, se ve empujado, amontonado y convertido en un mero transmisor de estereotipos.

Antes, cuando éramos un puñado de miles y tras el horizonte aún podíamos encontrar caminos desiertos, infinitos terruños sin dueño, huir era una cuestión de voluntad. Qué es la libertad, sino que la certeza de poder escapar.

Ahora podemos, como el Principito, contemplar un amanecer o una puesta de sol continuas, sólo con movernos a match-tres en dirección al sol, pero sin la posibilidad de extraviarnos de nosotros mismos. Porque la tierra ha perdido la virginidad y allá por donde nos dejemos caer será terreno conquistado, con sus latas de cocacola por el suelo, sus tradiciones desalentadoramente ancestrales y sus colillas pisadas por doquier.

Halcón Viajes se ha convertido en el catálogo de la resignación; y menos mal, porque sin la posibilidad de comprar la sensación de libertad, capaz de transformar a un gris obrero agobiado en colorido turista despreocupado, el trauma post-IRPF se haría insoportable.

Tolerancia química

Hay quien ha venido a este mundo para discrepar. Discrepan desde el mismo momento que nacen, y en la infancia, y durante la adolescencia y juventud. Algunos prolongan su discrepancia hasta la adultez y correlativa madurez, donde llegan a adquirir la condición de discrepadores profesionales, aunque sería más ilustrador el calificativo de discrepadores arbitrarios.

Frente a éstos, los discrepadores ocasionales -o de ocasión- que si bien parten en pole position discrepando de todo cuanto se menea, a la postre y tras arduas autoreflexiones, concluyen discrepando de lo que anteriormente discrepaban. Le ocurrió, sin ir más lejos, a una personalidad relumbrante como F. González y la OTAN.

La Discrepancia Por Defecto es una postura existencial, una filosofía de vida. El punto de partida seguro, que te deja las puertas abiertas para lucir una inteligencia demócrata ideal y cambiar de bando cuando convenga, con desprendimiento de energía durante la reacción y ganancia de tres átomos de buena reputación. El estado opuesto sería el Cretinismo Por Defecto, es decir, adherirse sin discrepar a la postura imperante, lo que corta la posibilidad de retirada y conduce por el camino de la no-discrepancia forzosa. Le ocurrió, sin ir más lejos, a un pariente de Pinocho: Rajoy. Y a su pepito grillo: J.M. Aznar.

Las iniciativas ajenas son idóneas para practicar la discrepancia por defecto, siempre y cuando se discrepe con unos márgenes de tolerancia adecuados que permitan una rápida rectificación-adhesión con ganancia de medalla, a condición de que la idea puede ser debidamente plagiada y asimilada como propia, aunque sea de naturaleza tan estúpida como la que a uno mismo se le podría ocurrir pero que calla para no desencadenar en los demás procesos similares de discrepancia por defecto. Le ocurre día si, día no, sin ir más lejos, al Presidente del Gobierno.

Discrepar por principios equivale a sembrar hoy para recoger mañana. Por ello, yo discrepo a la menor oportunidad, esperando que pinten calvo el momento de fingir que el otro tiene parte de razón y yo estoy de acuerdo, con lo que parte de esa parte de razón también es mía. Con algo de habilidad incluso se pueden cambiar las tornas y ser yo quien defiende el magnífico "A" que antes defenestraba. Y abandonar el "B" como única opción para el otro, que a estas alturas ha olvidado hasta por dónde iba.

A mí no me está dando buenos resultados, pero a otros sí. Será que segrego, sin darme cuenta, la hormona de la falta de credibilidad.