lunes, 18 de enero de 2010

Quién puso más

Si algo raya a un creyente (generalizando, claro), es la incertidumbre. Es por éso que inventa lo que ignora y llama ateismo al valor, que a él le falta, para enfrentar la realidad.
Alguna vez he sido inquirido sobre mi (presunta) obsesión por las religiones, por lo que me he visto obligado, como corresponde, a reflexionar sobre ello. Como primeras piedras del pensamiento resultante, me he planteado quién puede considerarse más obsesionado con la religión, quien relaciona todo hecho -tanto cotidiano como excepcional- con intervenciones o voluntades sobrenaturales, o quien pugna por evitar la influencia personal y social de las organizaciones que presionan sin tregua a las instituciones para imponer la superstición como el modo lógico de vida.
Las creencias transcendentales son en sí mismas inofensivas siempre y cuando quien las protagoniza no lleve la cosa demasiado lejos y crea haber recibido un mandato de la divinidad de turno, que le fuerce a convencer al resto del planeta de la veracidad de su credo.
El peligro real no se encuentra tanto en las religiones -casi todas estupendas y virtuosas en su prólogo- como en las personas empeñadas en que el resto se someta a sus propias interpretaciones y modos de vida.
El porqué la mayoría de mis post recurren en este tema es evidente: desde mi llegada hasta bien cumplidos 8 años, no hubo quien me hablase de economía, ni de política, ni de sociología, ni de astrofísica, de filosofía, ni siquiera de cocina. Resultaba invitado día tras día, sí o sí y como a millones de personas más, a memorizar mantras que no comprendía, de palabras canturreadas que confundía o malpronunciaba, y forzado literalmente a fingir creencia en seres mágicos reflejados en mil y una historias a cada cuál más increíble y cruenta hasta para un niño de corta edad. Para mí, aquél señor que ni podía imaginar vendría a jugar a los vivos y a los muertos. Justo como hacía con mi amigo Luis cuando, jugando, le disparaba y caía al suelo malherido.
A mí me trajo una cigüeña y a éste una paloma. Qué haríamos sin pájaros, recuerdo haberme planteado en alguna ocasión, con toda la seriedad que, a veces, otorga la inocencia o la tontuna.
Hoy, la gente de 20 años para abajo se toma el asunto con otra salsa. Su infancia no ha sido totalmente sumergida en la superchería, la mentira, el miedo y la aprehensión de vivir en un Gran Hermano planetario. No son mejores ni peores personas que sus mayores, quizá ni siquiera sean más libres, pero su mente si está más limpia, su subconsciente no ha sido tan mezquinamente contaminado por culpas inexistentes, ideadas para convertirles en más esclavos aún de lo que la sociedad misma, inevitablemente, los hará.
Acierta la clerigaya cuando afirma con sorna autosuficiente que el cristianismo es la base de Occidente, que lo impregna hasta los huesos. Y aunque ya han buscado nuevos cubiles fuera de Europa desde donde hacer estragos y cometer sus felonías, por estas latitudes ya se muestran a la defensiva y retroceden altivamente día a día, arrinconados en este culo del viejo continente que llamamos España, esfínter laureado desde donde un día rociamos al mundo, con sonoro ímpetu diarréico, con todos los excrementos ideológicos del catolicismo, repartiendo así el hedor y la pasta espesa que nosotros mismos ya nos sentíamos incapaces de continuar soportando.
Compartir es vivir, al fin y al cabo. Y me gustaría colocar una foto en esta entrada. Ya veré cuál.

Franqueza y fino sentido del humor

"Es que soy filatélico"

Con este ocurrente epígrafe justifica un bloguero nacional-católico la presencia de la imagen de Franco en su página.


Reconozco que me arrancó una sonrisa a pesar de lo que la cosa conlleva. La originalidad y el sentido del humor siempre merecen reconocimiento.
Cuántas veces no tuvieron los redactores de La Codorniz que utilizar argucias similares para evitar, paradójicamente, que el Sr. del Sello les echara el guante... suerte que tienes, chaval.

La Otra Memoria Histórica

A veces me convenzo de que el proceso de Memoria Histórica no es una buena idea, que la dignidad de los yacentes en las incontables fosas comunes vive intacta en el reconocimiento de una buena parte de la España de hoy.
Hay días en que creo que todos deberíamos fingir que olvidamos, hacernos creer que todos perdimos algo y, por tanto, al final, quedamos empatados y no tendría sentido seguir contando bajas e historias que acaban no interesando realmente a nadie.
Me sucede cuando tanto rojo metebocas insiste en excavar cunetas, desempolvar viejas cartas raídas y recolorar incontables nombres de republicanos acribillados, y creo firmemente que tal determinación encierra mucho de error por cuanto los nietos de los que quedaron de pie junto a la fosa empuñando un fusil humeante, continúan interpretándolo como revanchismo. Y quizá no les falte razón.
La iniciativa Memoria Histórica tiene su cara y su cruz, su más y su menos, y por ello seguirá pareciendo, a ojos de la eterna España Nacional-Católica, una afrenta imperdonable que cuestiona la justicia y voluntad divina que presidió tantas ejecuciones.
Pero el Nacional-Catolicismo también ejerce su propia Memoria Histórica, mucho mejor camuflada, reputada y subvencionada que la inventada por los sociatas. Y aunque J.J. Asenjo, el Munilla Andaluz, trate en vano de poner el parche donde mañana saldrá el grano (1), la Vena Azul se le transparenta a través de la piel y jamás se cansará de caminar cara al sol con la sotana nueva.
Así, se utiliza la canonización como taimado acrónimo de "se lo que hicisteis en el 36" y, desde su punto de vista, les asiste un derecho que no seré yo quien niegue o critique, aunque para ello deba partirme la lengua en dos.
Pero también fue la cúpula episcopal española quien tachó al gobierno de pretender enfrentar a los españoles mediante la Ley de Memoria Histórica. Típica hipocresía clerical.
(1) "es una iniciativa exclusivamente religiosa y eclesial, que nadie vea en ello otra intención"