viernes, 30 de enero de 2009

El tabaco mata, la grasa engorda y la...

Y la empresa privada traiciona, invariablemente.

Aunque a muchos les cueste asimilarlo, la empresa privada es una fuente inagotable de berrinches, además de una máquina incansable de mangonear, vampirizar y torturar psicológicamente a los... ¿cómo le llaman? ah, si, "agentes sociales".

A lo largo de esta desaceleración atroz del capitalismo -DAC, en adelante- (y no me sale de las gónadas llamarle como le llaman), cuando las rémoras lloronas se ven ignoradas y reducidas sus ventas y ganancias a lo estrictamente razonable, es más evidente de lo que lo ha sido nunca el juego de la sopa boba a que se han habituado las empresas.

Uséase, hay que creerse que tras una era geológica repleta de ganancias desorbitadas, tres meses bastan para llevar a la bancarrota a bancos y multinacionales de todos los ámbitos económicos, por lo que los expedientes de regulación de empleo (ERE que erre) son la consecuencia lógica y es políticamente correcto aceptarlos de buen grado, y las ayudas gubernamentales un derecho que les asiste a los empresarios, como benefactores de la humanidad que son. Pues va a ser que no. Aceptarlos por riles, sí, por supuesto, por algo tienen mango las sartenes. Retirarles el calificativo de canallada, de ninguna manera.

Si el pueblo fuese sabio -que no lo es-, si la sociedad fuese razonable y consecuente -por favor, esas risas...- ni se plantearía gansadas como la que acaba de ultimarse en La France: huelguitas y manifestaciones a la salud de la... bueno, de la crisis, porque los franceses sí tienen crisis, no D.A.C. Pues no señor, nada de tirarse a la calle a canturrear obviedades. Resucitar del colapso a las empresas privadas equivale a pasarle un vasito de sangre al Conde Drácula. Pan para hoy y hambre para cuando nos vuelvan a dejar exhaustas las venas.

Lo mejor de estos nuevos gobiernos de izquierdas -¿¡otra vez las risas!?- es que no se plantean, ni por asomo, la creación de empresas públicas. Pero no empresas públicas para gestionar intereses públicos, no. Empresas públicas de verdad. Inciso: a estas alturas del post, los improbables "viperinos antirrojos" ya estarán desenfundando la espada del Cid Campeador contra el marxista progre -aunque lo suyo es el látigo de la indiferencia, para después despacharse en su blog, a traición-. Pues peor para ellos, porque voy a pronunciar la frase maldita.

Empresas públicas de verdad. Es decir, fábricas, bancos, inmobiliarias -equivalentes a las actuales gestoras municipales de vivienda pública, pero en honesto- panaderías, centros comerciales, etc., que compitan y derroten definitivamente a tanta hiena que sólo se alimenta cuando otro ha matado la pieza, y huye con la panza llena al menor atisbo de peligro. Es decir, empresas privadas.

Piensen sobre ello. Habrá segunda parte.

P.D.: Suponiendo que el tipo de la foto no sea un simple pícaro, es decir, dando por sentada la veracidad de lo indicado por el cartelito, no cabe mejor ejemplo -a mayor escala- de la actitud de los empresarios.