viernes, 20 de noviembre de 2009

Ocho bodas y un funeral

Ocho bodas que, dicen las lengus vespertinas, se han marcado con lambada los escapistas del Índico. Ocho matrimonios heteros de pirata y mujer para regocijo del Foro de la Familia, ocho felices aniversarios para el año que viene, ocho posibles de churumbeles, en camino alejado de la lacra abortiva del norte occidental, ocho perspectivas de dicha sin fin, perdices a tutiplén en el País de Nunca Jamás para los agraciados con los 2,3 kilos del gordo del sorteo atunero de pre-navidad.
¿Y el funeral? pues el de siempre. El del Gañán, una vez más. Asistido por sus vestales que le ungen, le corean y le bailan el agua bendita, por más que cada día pregona y vocifera en un desierto del que hasta la arena ha huido ya. El demandador de defenestraciones, espeso y repetitivo, capcioso y sin paja en el ojo, el de boquijo abierto como caverna en la espesura, del que sólo escapa el eco que ya, cuando no molesta, pasa desapercibido. El Liberal capturado en su prisa de cada día por romper el equilibrio que, aunque precario, no deja de ser legítimo y necesario. El del quítate tú que me ponga yo, que soy de Loreal.
En la de ayer, como en cada mañana, el muerto viviente ha añadido una frase más al responso inevitable de su funeral. Mientras, Aguirre sonríe para si, y la piel resquebrajada de su cara deja escapar un macabro crujido, como de papel de celofán retorciéndose bajo el ábside de una catedral.