viernes, 3 de abril de 2009

Los Señores del Sistema.

Diez años atrás y como consecuencia de la película "StarGate", se produjo y comenzó a emitirse una serie de Ciencia Ficción del mismo nombre -que ha sido un éxito rotundo durante una década-, mezclando hábilmente aventura, arqueología, física de última generación, guiones con chispa y unos personajes carismáticos y firmemente definidos. Doscientos episodios que reconozco haber disfrutado uno tras otro.

En esencia, se trataba ni más ni menos que de la raza humana pugnando por sobrevivir al dominio y explotación de quienes se hacían llamar "Los Señores del Sistema", individuos también humanos pero controlados por un parásito alojado en su médula ósea, y que desde tiempos inmemoriales se hacían pasar por "dioses" utilizando alta tecnología como si de capacidades sobrenaturales o divinas se tratase, convenciendo así a los primitivos humanos y aderezando la representación con rituales que añadían el imprescindible boato que los dioses necesitan para reafirmar su credibilidad.

No devoraban humanos, ni exhibían una crueldad arbitraria. Astutos y manipuladores, su ego se alimentaba de saberse idolatrados y temidos, de la posesión del poder absoluto otorgado por la capacidad de decidir sobre la vida de sus esclavos.

De vuelta al exterior de la pantalla, cabe preguntarse cuántos Señores del Sistema no medran hoy desde las palestras de los parlamentos "democráticos", regidos sus actos -y nuestros destinos- por el parásito insaciable de la ambición de poder que les posee sin que, tal vez, lleguen a percatarse siquiera de ello. Llegado el momento, cómo saber si estamos eligiendo a uno de "ellos", o si no cabe error posible, porque todos los candidatos lo son.

Ahora que los Señores del Sistema reales, los G-22, danzan en aquelarre sobre nuestros futuros. Cómo bajarles de los altares, cómo decirles sin temor que no tienen la menor credibilidad, que sabemos lo que no son. Que desconfiamos de su divinidad, de su capacidad de resolución, de sus intenciones, de sus fines y de sus principios.

Que no son ellos los dioses. Que los auténticos Señores del Sistema son aquéllos que harán sonar los teléfonos de sus despachos el lunes a las nueve en punto, para dictarles el sentido en que ha de girar el planeta, la hora a la que a sus parásitos, conviene que salga el sol.