Recuerdo la pandilla de adolescentes enmedio de la calle, discutiendo a gritos cualquier asunto, ya fuese grave o intrascendente, alzando la voz a máximo volumen, pretendiendo ser escuchado como primer paso para llevarse el gato al agua. Un gallinero de caras con granos y sangre sobre-hormonada. El vejete octogenario de pelo ralo, cano, se detiene a la orilla del grupo luciendo una media luna divertida, gangosa y desdentada, sólo para decir: "no tiene más razón el que más grita". Dando la espalda, prosigue a pasitos rasos y cortos de pies y cayado. Servidor fue el primero en cerrar el pico.
Cuanto más inmundo y prescindible un reyezuelo, un tirano, un emperador, un monarca, más ampulosas sus obras civiles, sus monumentos dedicados, más soberbias sus tumbas y mausoleos, más suntuosos sus palacios.
Cuanto más pobre y escuálida una idea, mayor la retórica que la envuelve, ya sea para ocultar su banalidad, ya para magnificarla como una sombra china contra el inmenso muro de la necedad.
Por éso mucha gente expresa la sinrazón en mayúsculas. O cree encarnarse en vehículos imponentes. O viste trajes exclusivos como quien enfunda su debilidad en el acero protector de una armadura. O finge dignidad frecuentando casas cuyas puertas no abre la amistad, sino la alcurnia de la billetera.
Mejor no preguntarse qué mísero concepto nos observa desde la penumbra de las hornacinas y los umbríos rincones de los templos, las mezquitas, las catedrales...
Cuanto más inmundo y prescindible un reyezuelo, un tirano, un emperador, un monarca, más ampulosas sus obras civiles, sus monumentos dedicados, más soberbias sus tumbas y mausoleos, más suntuosos sus palacios.
Cuanto más pobre y escuálida una idea, mayor la retórica que la envuelve, ya sea para ocultar su banalidad, ya para magnificarla como una sombra china contra el inmenso muro de la necedad.
Por éso mucha gente expresa la sinrazón en mayúsculas. O cree encarnarse en vehículos imponentes. O viste trajes exclusivos como quien enfunda su debilidad en el acero protector de una armadura. O finge dignidad frecuentando casas cuyas puertas no abre la amistad, sino la alcurnia de la billetera.
Mejor no preguntarse qué mísero concepto nos observa desde la penumbra de las hornacinas y los umbríos rincones de los templos, las mezquitas, las catedrales...