miércoles, 29 de diciembre de 2010

Teoría del Diseño Negligente.

Los buenos ratos que en estos días me está haciendo pasar la lectura del blog amigo LOGOS77’S BLOG, me ha llevado a concluir que a todos y a cualquiera nos asiste el derecho a enunciar nuestras propias teorías. ¿Teorías sobre qué? Es una cuestión irrelevante. Teorías sobre lo que sea. Sobre lo que nos apetezca. Sobre lo que nos preocupe. Sobre lo que nos asuste. Sobre lo que nos ponga cachondos –en términos humorísticos, por supuesto– o nos suma en la más negra tristeza.

Mi natural moderado me conduce irreversiblemente a estar a bien con dios y con el diablo. Atracado de conocimientos variopintos, afirmo que he dado con la teoría sincrética sobre la evolución. La he llamado, como reza en el título, Teoría del Diseño Negligente.

Los darwinistas sostenían que dios, no-no-no; los creacionistas, que Dios, si-si-si. La nueva TDN demuestra que dioS si-¿?-no. Digamos que se trata de la ecuación “del talante”.

Por supuesto que el Universo tiene copyright. Pero, si miramos la etiqueta, ¿qué puede leerse? ¿made in Germany, o made in China? No tengo nada contra los procesos chinos de fabricación, pero coincidiremos en que no es lo mismo.

Si se hojea por encima un tratado sobre paleontología, resulta evidente que Dios no se aclara. Durante un buen puñado de millones de años ha creado y descreado multitud de especies animales, hasta dar con un prototipo más o menos estable: nosotros. Pero hasta entonces, estuvo dudando si ponernos trompa, agallas, plumas, corazas óseas, garras, escamas, cresta, púas, dientes de sable, ojos saltones, pico, aletas, piel gelatinosa, cola musculada, pezuñas, y un montón más de elementos constructivos con los que el Creador se entretiene jugando al TENTE.

La faena que ello comporta puede deberse, o bien a un celestial aburrimiento, a una creatividad enfermiza, o a una ineptitud en grado superlativo. Dios mío, qué necesidad había de fabricar diecisiete clases de ovejas, si a los lobos les trae sin cuidado que sean churras, o merinas… dirán biólogos y creacionistas que la cadena alimenticia y el equilibrio ecológico tiene su intríngulis, que Dios no hace las cosas de cualquier manera, que cada animalejo desempeña su papel en el organigrama natural. ¿Y las cucarachas? ¿y los tapires? ¿y los ornitorrincos? ¿quién diablos come cucarachas, tapires u ornitorrincos? Son como el Ministerio de Igualdad de la Naturaleza.

Lo cierto es que, como la teoría es mía, la argumento como mejor me parece –según he deducido que debe hacerse del blog amigo mencionado al principio– y he llegado a la indiscutible determinación de que Dios, en este universo, se ha dirigido de forma irresponsable y negligente. Dios, en su momento, fue poseído de un espíritu creador arrollador y, debido a su omnipotencia, creó universos y más universos, big bang tras big bang, hasta convertir La Nada en una feria de big bangnes que ríase Ud. de las inauguraciones de las Expos y el Año Jacobeo. De tal manera que, cuando quiso darse cuenta, disponía de un catálogo de universos que se vio imposibilitado de administrar como Dios manda. Para darse un respiro, recurrió –como buen informático– a la automatización de tareas.

Creó las leyes de la física, el átomo de hidrógeno y a éste le dijo “no es bueno que el hidrógeno esté solo”, y le dotó de la capacidad y la necesidad de combinarse con cualquier otro átomo del lugar. Para acabar de despreocuparse, creó la tabla periódica de los elementos, y puso a su cargo al oxígeno y el carbono. “Ya está”, pensó. “Le doy a ENTER, y a otra cosa, mariposa”. Evidentemente, ya sabía que las mariposas, algún día, existirían. Por algo es, además, Omnisciente, como Windows 7.

Me consta que hizo lo mismo con el resto de universos. Para atender adecuadamente las necesidades de unos y otros, precisaba de un medio de locomoción eficaz, así que inventó las dimensiones y los agujeros de gusano, que era como tirar por la calle en medio.

Aún así, Dios comprendió que, efectivamente, se había pasado tres pueblos, o tres universos mejor dicho. Que no daba a basto. Y aquí es donde, mi teoría, queda plenamente justificada: Dios hubo de dotarse de ayudantes. Cuasidioses, semidioses, arcángeles, etc., una especie de “encargados” de obra a los que encomendó la tarea de organizar las minucias de los universos, una vez trazadas las directrices generales. ¿Se puede ser más incompetente, sin ser ministra de medioambiente?

Es decir, que el Dios de Abraham, o los conocidos como Yaveh, Alá, Jehová, Manitú, Belcebú, Oyetú y tantos otros, no son más que segundones, trepas y pendencieros que se pasan las horas de trabajo poniéndose zancadillas o haciéndose mobbing –caso del pobre Lucifer– y, por ende, perjudicando seriamente a los clientes, o sea, nosotros, o sea, los pobres habitantes orgánicos de los universos tan alegre y negligentemente creados para, después, ser abandonados a la suerte de un puñado de funcionarios ineptos, por muy de celestiales que se las quieran dar.

Cuando al fin el imperio romano ponía los puntos sobre las íes y casi lograba organizar el mundo de forma medianamente coherente, “toma, ahí llevas un Mesías”, y todo al traste. Vuelta a empezar. Cuando los dinosaurios dominaban la tierra,

–    Alá, tú cómo ves la cosa, que estos bichos son cada día más grandes y más “malange”.
–    Psche… no sé, prueba con un meteorito gigante…
–    Yaveh, eres grande, tío…

Y otra vez a la casilla de salida. Y así con las glaciaciones, con los cambios imprevistos en el eje de la tierra, con la manía de ocultarnos los secretos de la energía, con la tectónica de placas, con las corrientes de El Niño, con la radiación solar, etc.etc. Y todo de espaldas a Dios y, lo que es peor, haciéndose pasar por Él.

Y hasta aquí mi teoría sobre el Diseño Negligente. Si te ha parecido absurda… prueba con el Creacionismo o el Diseño Inteligente.