jueves, 26 de noviembre de 2009

Sería una exageración afirmar que la división de poderes empieza a desdibujarse, pero la nueva forma que los diversos panoramas que configuran la realidad cotidiana adoptarán en los años venideros, materializándose en cambios que, al día de hoy, pueden intuirse pero no definirse con precisión. Ocurre a veces, cuando se eligen gobiernos por descarte, sin una base firme que permita prever la actitud concreta que adoptará ante las libertades públicas y privadas, ante los derechos y deberes de todos y cada uno de los ciudadanos.

Ejecutivos como el actual son del tipo de los que se les da la mano y, tras besuquearla un rato, pasan a tomarse por cuenta propia el brazo, el hombro, y si no se pone remedio, el tronco y las extremidades inferiores.

¿Cuántos votos habría perdido el PSOE en las elecciones generales si hubiese incluido claramente en su programa la ley antitabaco? ¿cuántos más habría que añadir de haberse sabido a priori la inactividad ante el desfalco inmobiliario y la histriónica reacción ante la quiebra de la banca y la construcción?

O, simplemente, si hubiesen soplado que acabarían usurpando las funciones judiciales en las disputas entre internautas y organizaciones del tipo SGAE, tomando además partido inequívocamente por éstas últimas.

Podrá alegarse que orientar el voto en función del primer y último supuesto sería mezquino egoísta e irrelevante en gran medida. Pero cada cual tienes sus manías a la hora de elegir, y, de momento, dichos criterios constituyen uno de los pocos reductos de libertad individual que nos van quedando. Y será hasta que caigan en la cuenta, e inventen la Ley para la Validación Ética del Sufragio, por ejemplo. Y ya estaremos perdidos.