sábado, 30 de mayo de 2009

Elecciones sin elección

Ya se cierne sobre los mapas virtuales de mi navegador, la sombra ficticia de las Elecciones Europeas. En no pocas ocasiones me he preguntado porqué mi "tom-tom" no venía con el mapa de Europa preinstalado. Pregunté al vendedor y bajó la mirada, esquivo y avergonzado. Ni palabra, dijo. Pero estaba pensando: "imbécil, España no es Europa..."

Ahora, viendo pasar la cascada de viñetas cómicas de propaganda electoral de unos y otros, lo entiendo. Que la membrana pirenáica no ha sido lo bastante permeable, y el aire de Europa se ha quedado allí. La única forma de inyectar gases en este país es a través de un tubo, un largo tubo como el que, desde el núcleo de la Plaza de San Pedro, insufla en los deteriorados pulmones democráticos los vapores de cámara mortuoria que desprenden los santos y mártires católicos en descomposición, mezclado con el hedor radical a Benedictotenol, que una vez liberado sobre el centro de Madrid se combinará con la halitosis tardofranquista y cavernosa de Rajoy, y los efluvios química y políticamente correctos de Moncloa. Una atmósfera de garito, de antro, flotando el humo del incienso y los habanos sobre la mesa donde los distintos capos se juegan al póker las lindes de sus respectivas fincas y el ganado que sobre ellas pasta. El mismo Cortijo de siempre, pasando de mano en mano, se marqués en marqués, sin que ninguno pretenda sacarle más partido que el justo para sufragar sus bingos, sus juergas y sus putas.

Sólo los pastores de la iglesia merecen dolido reconocimiento a su profesionalidad y buen hacer, su total entrega y dedicación a la ganadería de las reses humanas y ordeño del Estado Aconfesional y Democrático, que lo uno no sería posible sin lo otro. Y quede el póker para hinchar las tetas de ociosos y vividores que, a fin de cuentas, también ellos son rebaño.

Será que aquí somos más de bellota, más cerdistas que el mismísimo Gran Cerdo, que ni se acierta ni se presta a acertar en la concepción de una Derecha Europea que extirpe del Partido Popular el Franquismo Enquistado que padece de nacimiento.

El cuadro que toca pintar es el de siempre, el paisaje gris y horizontal , sin luz ni alegría. Una petición de mano que llevará a muchos a donde siempre, y por los motivos de siempre. A agarrarse con asco al salvavidas del PSOE. Unas nuevas Elecciones, de nuevo sin elección.

viernes, 29 de mayo de 2009

Aquel Señor se va a enfadar...

Una elegante salida atribuida a Gabriel García Márquez decía “lo más importante que aprendí después de cumplir cuarenta años fue a decir no, cuando quería decir no”. Es una de las hazañas que tengo en “tareas pendientes”, más que nada por el considerable esfuerzo que me supone decirle “no” a quienes reúnen los requisitos fundamentales que son: contar con mi afecto, y esperar que diga “si”.

Por el contrario y aunque me ha costado lo mío, sí he aprendido a odiar. Durante la adolescencia uno cree que odia. Odia a fulanito, una comida, una rutina, odia a uno de sus padres o a los dos al unísono, odia no saber qué le pasa, odia la incertidumbre, odia su virginidad, o cualquiera de los cientos de objetos de odio posibles por ese entonces. Se trata de una era donde el odio es fácilmente confundible con el miedo o los anhelos.

Es muchos años después cuando se puede llegar a comprender que, en realidad, nunca se ha odiado como Dios manda. Y lo más sorprendente sobreviene cuando estamos en situación de concluir que no se odian los objetos o los animales. A éstos se limita uno a desestimarlos, ignorarlos, excluirlos de nuestra lista de elecciones.

Se odian las personas o, más concretamente, lo que representan esas personas, su actitud y lo que la interacción con ellos puede perjudicarnos. Se puede odiar en todos los ámbitos, en todos los roles que desempeñamos siendo, por ejemplo, peatones, espectadores, obreros, cuñados, conductores, padres o contribuyentes. Da igual, siempre entra en escena un personaje o personaja que se hace inmediatamente acreedor de nuestro odio.

Se me ocurre, sin ir más lejos, acordarme del que abandona las glorietas cruzándose -en actitud entre temeraria y vacilona- desde el carril interior; del empleado público que, apoyado en una máquina copiadora, nos invita a volver mañana con una fotocopia del DNI; del que mastica palomitas a destajo mientras desgarra latas de refresco en el cine; del que nos da con la puerta del ascensor en las narices dos metros y medio antes de alcanzarla; del que convierte una simple operación de cajero automático en una cita con cena romántica, velas, copa, puro y polvo; del capataz de obras públicas que da la faena por concluida dejando un escalón de cinco centímetros en el asfalto; del que pide educadamente a su cachorro que deje de berrear en público, mientras te señala con el dedo y le susurra "o aquél señor se va a enfadar"; del corrillo de encontradizos reunido en las aceras estrechas, ajenos al embotellamiento que se está formando tras su ameno tapón...

Sólo me reconforta imaginar cuántos me odiarán con la misma intensa espontaneidad. Sobre todo ahora, que les he desenmascarado públicamente.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El Planeta lacrado

Estamos anclados a este planeta. Encerrados y revueltos en una angosta urna de cristal que nos concede la vista del Universo como una limosna, pero que apenas permite la respiración de las ideas sin obligarnos a respirar el vaho -a veces envenenado- del que, como nosotros, se ve empujado, amontonado y convertido en un mero transmisor de estereotipos.

Antes, cuando éramos un puñado de miles y tras el horizonte aún podíamos encontrar caminos desiertos, infinitos terruños sin dueño, huir era una cuestión de voluntad. Qué es la libertad, sino que la certeza de poder escapar.

Ahora podemos, como el Principito, contemplar un amanecer o una puesta de sol continuas, sólo con movernos a match-tres en dirección al sol, pero sin la posibilidad de extraviarnos de nosotros mismos. Porque la tierra ha perdido la virginidad y allá por donde nos dejemos caer será terreno conquistado, con sus latas de cocacola por el suelo, sus tradiciones desalentadoramente ancestrales y sus colillas pisadas por doquier.

Halcón Viajes se ha convertido en el catálogo de la resignación; y menos mal, porque sin la posibilidad de comprar la sensación de libertad, capaz de transformar a un gris obrero agobiado en colorido turista despreocupado, el trauma post-IRPF se haría insoportable.

Tolerancia química

Hay quien ha venido a este mundo para discrepar. Discrepan desde el mismo momento que nacen, y en la infancia, y durante la adolescencia y juventud. Algunos prolongan su discrepancia hasta la adultez y correlativa madurez, donde llegan a adquirir la condición de discrepadores profesionales, aunque sería más ilustrador el calificativo de discrepadores arbitrarios.

Frente a éstos, los discrepadores ocasionales -o de ocasión- que si bien parten en pole position discrepando de todo cuanto se menea, a la postre y tras arduas autoreflexiones, concluyen discrepando de lo que anteriormente discrepaban. Le ocurrió, sin ir más lejos, a una personalidad relumbrante como F. González y la OTAN.

La Discrepancia Por Defecto es una postura existencial, una filosofía de vida. El punto de partida seguro, que te deja las puertas abiertas para lucir una inteligencia demócrata ideal y cambiar de bando cuando convenga, con desprendimiento de energía durante la reacción y ganancia de tres átomos de buena reputación. El estado opuesto sería el Cretinismo Por Defecto, es decir, adherirse sin discrepar a la postura imperante, lo que corta la posibilidad de retirada y conduce por el camino de la no-discrepancia forzosa. Le ocurrió, sin ir más lejos, a un pariente de Pinocho: Rajoy. Y a su pepito grillo: J.M. Aznar.

Las iniciativas ajenas son idóneas para practicar la discrepancia por defecto, siempre y cuando se discrepe con unos márgenes de tolerancia adecuados que permitan una rápida rectificación-adhesión con ganancia de medalla, a condición de que la idea puede ser debidamente plagiada y asimilada como propia, aunque sea de naturaleza tan estúpida como la que a uno mismo se le podría ocurrir pero que calla para no desencadenar en los demás procesos similares de discrepancia por defecto. Le ocurre día si, día no, sin ir más lejos, al Presidente del Gobierno.

Discrepar por principios equivale a sembrar hoy para recoger mañana. Por ello, yo discrepo a la menor oportunidad, esperando que pinten calvo el momento de fingir que el otro tiene parte de razón y yo estoy de acuerdo, con lo que parte de esa parte de razón también es mía. Con algo de habilidad incluso se pueden cambiar las tornas y ser yo quien defiende el magnífico "A" que antes defenestraba. Y abandonar el "B" como única opción para el otro, que a estas alturas ha olvidado hasta por dónde iba.

A mí no me está dando buenos resultados, pero a otros sí. Será que segrego, sin darme cuenta, la hormona de la falta de credibilidad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Por imposible

Dos mil años son muchos sin marcarse un baile. Desde aquellos lejanos y gloriosos tiempos de los ciudadicidios, los mares abiertos a lo grande, en canal, y resto de imponentes efectos especiales, a los dioses monoteístas se les ve desganados. Diríase que aburridos. Tanto es así, que se conforman con mandar de cuando en cuando una aparición subalterna para mantener viva la llama de la fe y tal. Los aparecidos dan unas cuantas instrucciones, generalmente en clave política y utilizando el mismo argot, y desaparecen dejando tras de sí los cimientos de un nuevo enclave turístico donde construir kioscos de recuerdos y hotelitos con torres vigía para otear el horizonte, por si a Su Santidad le da por volver.

Pero, entre usted y yo, tengo la impresión que las apariciones católicas son como las bombas, nunca caen dos en el mismo sitio. Evidentemente no puedo demostrarlo, pero como de fe e intuición va la cosa, pues puedo permitirme el lujo. De decirlo, al menos.

Los fieles algo deben de sospechar, no obstante, puesto que por algo han inventado los circuitos sacros, una especie de viaje de novios a Italia pero con menos relaciones sexuales, durante el que saltan de capilla mariana en capilla mariana con breves estancias en cada una, con la esperanza de si no en una, en otra, pillar al escurridizo espíritu en plena aparición. Tontería, ya digo.

Lo que no me parece de recibo es mandar a tu propia madre a hacer los recados, pero allá cada cual con su conciencia.

Para mí que Dios nos ha dejado por imposibles y nos está haciendo el papel. La primicia es dejarse caer con un virus hecho para resfriar cerdos, y que lo único que está dejando es un largo y espeso rastro de mocos. A mí me parece bien, pero si fuese creyente, me sentiría no sólo defraudado, sino seriamente insultado y ninguneado. Una chapuza comparada, por ejemplo, con la memorable plaga de los primogénitos o el VIH, ambas maldiciones selectivas y muy curradas. Con clase. Lo otro, un apaño casero y no por incompetencia, sino por simple dejadez.

Ayer mismo en un documental, una especie de madril bajaba cojeando una colina. La escena me resultó familiar porque portaba dos tablas en las manos y aullaba a la turba de simios que le esperaban abajo un tanto intimidados, acostumbrados como están a Charlton Heston. La jugada está clara.

Este Yaveh no escarmienta. Yo de él hubiese cambiado de especie y, de paso, subido un tanto el listón. No sé, con los delfines, por ejemplo, a pesar del handicap que supone no tener manos para juntar al rezar el jesusito de mi vida, lo que cuesta prender una hoguera a cincuenta metros bajo el agua llegado el momento estelar e imprescindible de la Inquisición, o lo rematadamente mal que bucean las palomas. Y es que hay cosas que sólo se pueden hacer de una forma, cosa que no sucede, por ejemplo, con las torrijas. Será por éso.

Así que, Su Santidad, no es por nada, pero a alguien le están poniendo los cuernos con un mandril. Y no quiero señalar.

martes, 5 de mayo de 2009

De oca en oca

Últimamente frecuento lecturas repletas de imaginación y protagonizadas por entes fantásticos. Se me ha debido contagiar la inercia, porque me ha dado por preguntarme por el nivel de realidad que somos capaces de detectar dentro de la realidad misma.

Por lo mismo, me ha venido desde un rincón de la memoria un dato obtenido hace lustros, no recuerdo ni de dónde, que aseguraba el hallazgo de una huella de zapato en un yacimiento de carbón vegetal. Imagínese usted un domingo por la mañana, jugueteando con su picota de arqueólogo -que no puede faltar, junto con el tupper de tortilla-, golpeando distraidamente una roca que le sorprende abriéndose como un huevo kinder. Y, sorpresa... En lugar de la impresión retostada de un helecho, se encuentra con el contorno y moldes de lo que fue el relieve adherente de un calzado. Y en una roca que cuajó cuando se supone que el Hombre de Atapuerca sólo era un proyecto en busca de financiación.

Que entonces ya existiesen zapatos gorila, es lo de menos. Lo de más es que habría gente calzándolos. Y con un sencillo cálculo proporcional, podría concluirse el número de veces que el ser humano ha debido de inventar y olvidar el zapato, por ejemplo. Un par de docenas.

Va a resultar que la trayectoria, lo que llaman progreso, civilización, va a ser, más que una zigzagueante carrera de fondo, un simple juego de la oca en la que, como colectivo, vamos cayendo en determinadas casillas que determinan si avanzamos o retrocedemos, si nos quedamos tres turnos sin jugar en una milenaria Edad Media o, incluso, somos obligados una y otra vez a regresar a la casilla de salida.

En el cuadro donde se inventa el zapato con suela adherente, alguien pisó barro, y por éso nos hemos enterado de qué estamos jugando, en realidad. Si aquél torpe retro-ancestro nuestro no saca los pies del asfalto, aún estaríamos en la inopia.

Como ya me he aclarado bastante respecto a nuestra situación en la colorida espiral, he caido en la cuenta que en la época actual estamos en el casillero "LA CÁRCEL", ése de dónde no se sale hasta que otro jugador comparte tu mala suerte. Pero no veo más jugadores por los alrededores, por lo que me temo que la estancia va a ser larga. Tanto que el casillero podría sufrir un desgaste insostenible y al Juego de la Oca tal vez no le quede más opción que enviarnos, una vez más, a la casilla inicial.

Será estupendo volver a inventar el fuego, y la rueda, y la escritura. Y el zapato. Al fin al cabo, a quién le importa ganar. Lo auténticamente importante, es pisar el barro, para que los del siguiente turno sepan que estuvimos aquí.

lunes, 4 de mayo de 2009

Lo que eres

No les falta razón en sus quejas acerca del distinto rasero con que son tratados respecto al “infiel”. Será porque a los de la Cruz los tenemos hasta en la sopa y por ello nos resultan más familiares. Y ya se sabe que donde hay confianza, da asco.

En ese sentido las religiones son como las suegras, cada uno se ocupa de la suya, que es la que le mete los pies en la sopa. No obstante, objetivamente, insisto en que no les falta razón.

En lo que a mí respecta igual me da ocho que ochenta, dado el vertiginoso ritmo de embrutecimiento al que me estoy viendo abocado, o estoy siendo arrastrado, como el que es invadido por una dolencia degenerativa. Se me ha enfermado el órgano de captación y goce de todo tipo de arte religioso. Un espanto, porque he dejado de disfrutar de infinidad de obras, en todos los órdenes, que antaño me apasionaban. Ya sólo me interesa el arte residual de las religiones muertas, que son algo así como escorpiones disecados: de su elegancia ikeiana y funcionalidad asesina resulta un festín sensitivo a la vez que emotivo. Pero si en lugar de hallarse seco y traspasado por un alfiler, nos lo encontramos escalando por el edredón de la cama, la cosa cambia.

Por eso, si me dan a elegir, me quedo con el Osiris mural, cualquier habitante del Olimpo Griego, o el Dios Mono hindú, sin preferencias representativas.

Y es que, “lo que eres, me distrae de lo que dices”. O de lo que pintas. O de lo que esculpes. O de lo que construyes. O de lo que grabas. Será culpa mía, que no aprendo a abstraerme.