lunes, 7 de julio de 2008

Un flanco más. Primera parte. Indocumentada.

Sin prisa pero si pausa, los musulmanes que desde hace décanas emigran a Europa van tomando posiciones, enarbolando como derechos la incorporación a la legislación de los dogmas del Islam aprovechando los huecos dejados por la legislación en materia religiosa vigente en muchos países europeos. Hay que reconocerles, como virtud mínima, la paciencia infinita.

Mientras, Occidente, con sus constituciones y derechos civiles, se está dejando embaucar por la "religión de la paz" sin primero hurgar mínimamente en la vida y milagros de aquéllo que está propugnando como "admisible" y que tiene mucho más de invasión ideológica y cruenta que de filosofía pacifista.

Creo firmemente que dar a un perfecto desconocido mucho más de lo se recibe le sitúa a uno en un estamento cercano a la imbecilidad, amén de constituir un movimiento sumamente arriesgado cuando el interfecto duerme en tu casa y comparte tu mesa. Claro que yo soy desconfiado de natural.

De ésto no parece enterarse, por citar un ejemplo reciente, Lord Phillips, presidente del tribunal supremo del Reino Unido, que se ha decantado por incorporar ciertos preceptos de la Ley Islámica al ordenamiento jurídico británico, y se entreteniene en aclarar que sería la ley inglesa la que imperaría, a fin de evitar sistemas paralelos. En efecto, el sistema es para lelos.

Reconozco que el Islam es la única religión que me produce más náuseas que el Catolicismo, tanto en sus conceptos como en su puesta en práctica. Entretenidos como solemos estar plantando cara al sotanerío facineroso anidado en esta tierra de campeones deportivos, es más que probable que estemos descuidando la espalda y regalándosela a Alá y a Muhammed, su profeta. Profeta que, dicho sea de paso, estaba pluriempleado como Señor de la Guerra.

Tampoco oculto mi animadversión por todo cuanto tenga que ver con la imposición de pautas religiosas en el ámbito civil o público, y por motivos que todos conocemos la organización más comprometida con estas maniobras en nuestro entorno más inmediato es la iglesia católica, pero en este caso el dicho popular más inapropiado que podríamos aplicar es el de "la mancha de la mora, con otra verde se quita", o viceversa, en el supuesto actual. De éso ni hablar.

Los musulmanes están voluntariamente sujetos a practicas incluso más absurdas, destructivas, invasivas y denigrantes para la dignidad de los agnósticos y ateos que las propugnadas por la Iglesia Católica, y es probable que el ordenamiento jurídico europeo deba plantearse el procurar la salida y vetar la entrada en su seno de cualquier medida arbitrada con vistas a cubrir las necesidades religiosas de cualquier colectivo.

Es conveniente recordar que para los teólogos musulmanes y, por ciega extensión, para sus fieles, la no pertenencia al Islam en sus territorios de influencia se traduce en la muerte, ya sea por sentencia explícita o por circunloquios igualmente mortales de necesidad (apedreamiento y posterior encarcelamiento, sin cura previa; una pasada); la apostasía, que en el seno del Catolicismo cuesta dios y ayuda obtener, en el Islam ni siquiera se contempla, de forma que la renuncia a la fe se traduce en la pérdida de todo derecho civil, confiscación de bienes y muerte, si tienes las piernas cortas.

Las zonas de religión musulmana someten a sus vástagos a un intenso lavado de cerebro que ya conocemos por nuestras propias religiones locales, pero introduciendo novedades como ésta en la que morir defendiendo activamente el Islam, es decir, matando por él, proporciona un pasaje automático al paraíso y un vale para copular eternamente con nosecuántas vírgenes, que cabe suponer que, por simple deducción, serán de usar y tirar (aunque en este caso ambos verbos parecen sinónimos). Personalmente me quedo con los mártires cristianos, por motivos obvios.

Las comparaciones en este caso, lejos de ser odiosas, deben servir para desviar la mirada (que cuesta lo suyo, cierto) de la jeta del Papa, echar un vistazo por los rincones de la sociedad, que es donde suele acumularse más porquería, y estar alerta sobre el resto de políticas supersticiosas, especialmente aquéllas que confunden los dioses con el estado y que te perdonan la vida a condición de que estés suscrito a su catálogo de supercherías.