martes, 8 de julio de 2008

Sí que creo

No es cierto que no crea en nada. Desmiento firmemente a mis opositores, en ese sentido.

Me gusta imaginar que tengo opositores, detractores e incluso enemigos, porque me hacen creer que existo. Al fin y al cabo nadie te publicita tan efectivamente como un enemigo acérrimo. Así pues yo tengo fe en mis enemigos, en su ojo vigilante que observa mis actitudes y que más pronto que tarde vendrá a juzgarme, a ponerme a la izquierda o la derecha, a restregarme mis asquerosos defectos, dictar sentencia y hacerme pagar por ellos. Y vivo esperando esa fecha.

Así, hay días que me levanto inquieto, escudriño por las rendijas, rebusco esperando tropezarme con un micrófono, una mini cámara, un anónimo amenazante en el buzón. Algo.

Salgo a la calle de reojo, sin ni siquiera intentar pisar en el centro de las losas, con lo que me gusta. Cuando noto esos ojos en la nuca, me giro casi saltando para sorprender al desconocido que da sentido a mi vida. Pero, por el momento, sólo hallo perspectiva oblícua de la avenida, salpicada de seres inofensivos.

En esos días no puedo concentrarme si no es en identificar a mi malhechor personal, inventar indicios que lo evidencien, le cambio el rostro y el atuendo y puedo identificarle con quien me apetezca, ver la acción de su mano en cualquier incidente que me afecte, culparle y guardarle rencor.

Tomo café y leo en el diario una carta al director que me alude claramente. No conozco al tipo que la firma, ni manera tengo, así que me conformo con mantener el nivel de alerta. Me obliga a vigilar la dichosa sección durante un tiempo.

Uno me pide fuego. Cómo existe quien circule alegremente sin portar un mechero. Mientras enciende el cigarrillo con la cabeza gacha, mimando la llama con el cuenco de las manos, la vista se me va a sus bolsillos en busca del bulto delator, el repujado rectangular que le delate por fin. Camisa, caderas, me aupo de lado para alcanzar a ver los bolsillos traseros. Le sigo durante un rato hasta que se pierde por la boca de un edificio. He de pasar por allí más a menudo; si vuelve a pedir candela no habrá más que buscar.

Claro que creo.

Creo, por ejemplo, que cuando abrazas una religión, cualquiera, algo bueno agoniza en tu interior y, a cambio fantasmas maniqueos se adueñan de tus días.

Por ejemplo.