martes, 27 de mayo de 2008

¿Porqué en Italia?

La naturaleza está llena de casualidades. Un rincón en el patio, donde nunca llega el sol, en el cual la humedad tarda en evaporarse más que en cualquier otro lugar. Así que, cuando vas a acordar, ya tienes la dichosa verdina haciéndose dueña y señora de la situación, invadiendo toda superficie sometida a las mencionadas condiciones.

¿Casualidad? Pues posiblemente el mismo tipo de casualidad que hace que La Mafia y El Vaticano hayan confluido en ese rincón del patio mundial que es Italia. Observando detenidamente, las condiciones son análogas. La falta de luz que implica la religión, sumado al ambiente saturado que proporciona la Mafia. La proliferación de ambos en perfecta simbiosis responde a la necesidad y consecución de objetivos comunes, estructuras jerárquicas basadas en idénticos principios y métodos aprendidos mutuamente.

El Vaticano llegó antes, sus sagaces ideólogos, ya desde la antigüedad y tras catar alguna que otra sede provisional, decidieron establecer su centro neurálgico en esta tierra, poderosa y agitada al mismo tiempo. Muchos siglos antes de la invención de la televisión, los políticos de la época apreciaron rápidamente el poder que otorgaba la nueva ideología para el fácil manejo de las masas, con herramientas sociológicas muy simples.

Ambas, Mafia e Iglesia Católica, se complementan mutuamente a la perfección. Mientras la Iglesia, en origen, se excusa en la ganadería aplicada al ser humano, que es tratado socialmente como un rebaño, la Mafia siciliana se inclina por la agricultura como razón de ser, brindando ambas una protección que acaba siendo necesaria precisamente contra los mismísimos protectores.

Evidentemente, el éxito obtenido tanto por la Iglesia como por la Mafia no se debe a la vehemencia de su verbo, sino a la combinación de sutilidad con la oligarquía y brutalidad con los individuos no asimilables, que resultan desacreditados y despojados de sus bienes, cuando no simplemente asesinados, todo ello mediante técnicas que se han perfeccionado paralelamente al crecimiento institucional, económico, político y mediático de ambas organizaciones.

En Italia, encausar a un mafioso es una tarea laboriosa y casi siempre estéril. Juzgar y condenar a un miembro de la Iglesia por alguno de sus numerosos delitos tanto en el ámbito civil como en el penal, es imposible.

¿Dónde está la diferencia?