
El resultado ha sido el que cabía esperar: pocos hombres y mujeres atractivos y sanos mental y físicamente se han adherido a lo largo de la historia a la convocatoria pontificia. Por el contrario, en la carrera clerical (de alguna forma hay que llamarlo) han encontrado tradicionalmente la vía de escape ideal toda suerte de feos, contrahechos, incasables, homosexuales autodestructivos y depravados de amplio espectro, que la han visto más como una tapadera efectiva para sus chanchullos que como una vocación espiritual, cuando no acoge a débiles psíquicos ansiosos por escapar de la cruda realidad.
Un hábito religioso, al fin y al cabo, no deja de ser un uniforme, siendo frecuentes los casos en los que quien pasa a formar parte de un Cuerpo, ya sea eclesial o policial, buscan revestirse de la autoridad y relevancia social que por méritos personales serían incapaces de obtener.