viernes, 12 de noviembre de 2010

Aparcar la realidad.

Los que saben del tema aseguran que más del noventa por ciento de la población, en España, respira aire contaminado más allá de los límites legales. Informan igualmente, para quien no lo sepa, que alrededor del setenta por ciento del veneno flotante que esnifamos procede de los vehículos particulares que nos resultan imprescindibles.

Todas las grandes ciudades y algunas de las que se las dan de serlo, ya se alfombran con interminables carriles rojizos exclusivos para bicicletas, y una estirpe gloriosa de ciudadanos avanzados a su tiempo se desplazan a diario en bici, nubes de langosta -en el mejor sentido, puesto que la langosta es animalejo aseado y no contaminante- en localidades como Barcelona.

Aún así, la incidencia del nuevo hábito en el tráfico cotidiano es irrelevante: las metrópolis siguen estranguladas por cordeles de cientos de miles de vehículos trabados unos con otros, detenidos por fuerza mayor pero con sus motores respirando y exhalando el dichoso setenta por ciento de veneno en suspensión.

¿Qué quieren, qué buscan, además del destino imaginado por su conductor...?

Estacionarse.

En virtud del nuevo urbanismo utópico, a los estrategas del ramo se les está pasando por alto que en no pocas zonas de las urbes, un automóvil puede emplear una cuarta parte de combustible digerido durante su vida útil, en la búsqueda infructuosa en un lugar donde detenerse y detener, de paso, su motor y la expulsión de gases.

Qué tal si, visto el desastroso resultado de las políticas "concienciadoras" y represoras, se opta otorgar máximas facilidades a la hora de estacionar los vehículos... ¿que no consta como solución factible en el manual del buen ecologista? Apuesto a que no. Pero las iniciativas medioambientales y sociales no se están caracterizando, precisamente, por la calidad y viabilidad de los resultados arrojados. El camino más recto entre dos puntos, se sabe, es una recta. Pero si en la trayectoria encontramos un muro infranqueable, lo sensato, lo imaginativo, es evitarlo. Lo estúpido, obstinarse en atravesarlo.

Las cosas no son como deberían ser, obviamente. Pero planificar al margen de la realidad sólo conlleva agravar los aspectos negativos de esa misma realidad.

Aparquen la ineptitud, la ineficacia y el ego, claven los pies en el suelo, y usen la esponja que tienen entre las orejas.