Călin Georgescu es un político rumano ultranacionalista y partidario de normalizar relaciones con Rusia. En noviembre de 2024, ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Rumanía con casi un 23% de los votos en contra de todo pronóstico. Sorprendió a todos, mosqueó a muchos y acojonó literalmente a la casta rumana (la no rumana también) y sus poderes fácticos, que los tienen, como en todas partes. Y no se lo pensaron:
El 6 de diciembre de 2024, el Tribunal Constitucional de Rumanía anuló la primera vuelta electoral, alegando que la campaña de Georgescu se benefició de una desinformación masiva y financiación ilegal, incluyendo injerencias rusas y el uso indebido de redes sociales como TikTok.
Mira qué originales. Como si las campañas electorales del resto de países eurozónicos fuesen de cabello de ángel.
Así que Georgescu y sus posturas ultranacionalistas, euroescépticas y prorrusas desatan el pánico entre los partidos políticos “tradicionales” y chiringuitos proeuropeos, que se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de que el tal Georgescu pueda ganar la segunda y dar la vuelta a la tortilla, es decir, cambiar la orientación política del país.
¿Vamos a respetar la democracia y la voluntad popular? ni de coña.
De la noche a la mañana, a sus colaboradores se les encuentran muy oportunamente armas, explosivos y grandes sumas de dinero, oro del que cagó el moro y papelinas de coca, que en Rumanía está muy mal visto desde que Albert Rivera pasó un fin de semana romántico en Bucarest (es decir, se marcó un Mazón).
Sin cortarse un pelo, en febrero de 2025, Georgescu es detenido bajo sospechas de financiación irregular y propaganda fascista. Si, ha leído usted bien, “bajo sospechas”. Detenido.
Así que, aprovechando que el Guadiana pasa por Badajoz, el hombre es acusado nada menos que de incitación contra el orden constitucional, difusión de información falsa y establecimiento de una organización fascista. Si, tal y como suena, es decir, a cualquier campaña electoral normalita de PP o VOX.
Sólo cabe esperar que el Tribunal Constitucional de Rumanía (al que le tocará decidir si Georgescu puede o no presentarse de nuevo como elegible) sea menos tiquismiquis que, por ejemplo el español, y sus adversarios no hayan tenido tiempo suficiente para sobornar a todos los magistrados.
Lo ocurrido en Rumanía sería sólo un chascarrillo “de países de por ahí” si no fuese porque la colaboración entre el poder judicial y los políticos afines a la ideología de muchos jueces se está universalizando en democracias débiles como la rumana o la española.
El hostigamiento judicial al entorno personal y político del inepto de Sánchez no cesa a pesar del vacío argumental, es un don erre que erre machacón, desquiciado y desquiciante, sin pies ni cabeza pero que produce sobre la opinión pública un efecto de hastío muy conveniente a los intereses de la ultraderecha, que sí tiene sus votos fijados y contados.
Se han cargado a Ábalos, que sin ser un santo, mire usted, está más limpio que el dedo meñique de cualquier consejero de la Comunidad de Madrid o Valencia. Y les ha resultado muy fácil, al no estar afiliado al PP, club social dominguero de tres cuartas partes de los jueces y juezas españoles.
Así que ojo con las barbas del vecino puestas a remojar.