domingo, 21 de marzo de 2010

Cultura de la muerte.

Cuanto más negativo resulte el nombre que damos a las cosas o las situaciones, más probabilidades hay de invocar con éxito un prejuicio de partida que condicione definitivamente nuestra disposición a aceptarlo como positivo.

Es por lo que la facción católica del país ha rebuscado en su cajita de "Títulos con impacto" y compuesto el término Cultura de la Muerte para referirse a cualquier iniciativa legislativa encaminada a humanizar el todavía ineludible trance de la defunción. No entraré en más detalles al respecto.

Hace pocos días se aprobó unánimemente en Andalucía el Proyecto de Ley de derechos y garantías de la persona en el proceso de la muerte, que pretende redundar en la potestad de paciente para limitar la acción terapéutica que puede ser ejercida obligatoriamente sobre su cuerpo, y qué otros tratamientos puede demandar para mejorar las condiciones humanitarias durante el proceso terminal.

En otras comunidades ya se regula de facto mediante el llamado Registro de Instrucciones Previas, aunque en supuestos como la sedación paliativa o la desconexión de dispositivos de ventilación artificial la opinión del médico continua siendo determinante, y ahí es donde la nueva legislación andaluza introduce el elemento distintivo: prohíbe explícitamente a los profesionales sanitarios imponer al paciente sus propias convicciones personales, fisiológicas, terapéuticas, morales o religiosas, al tiempo que otorga a éste la última palabra en la aceptación de un tratamiento médico.

En definitiva, y con las limitaciones especificadas en el Cógido Penal -eutanasia y suicidio asistido-, Andalucía va a servir de banco de pruebas y resulta previsible que el gobierno central esté preparando normativa similar de carácter estatal que regule y amplíe más, si cabe, las opciones de los enfermos a la hora de decidir civil y civilizadamente sobre su propia existencia.

Para ese día, se espera un frente de altas presiones procedentes de borrascas tipo foro de la familia, a pesar de que se establece la obligación de proporcionar al moribundo una habitación individual -ya sea en instituciones públicas, privadas o privadas/religiosas- donde permanecer acompañado de su familia hasta el final.

Opino.-

Que se ha buscado una pauta que promocione la libertad individual frente a la imposición de criterios ajenos a nuestra situación personal y emocional, proponiendo todo el potencial tecnológico y humano sanitario disposible, pero ofreciéndonos al mismo tiempo la posibilidad de elegir el momento y la forma de su uso.

Se trata de una verdadera "Cultura de la Vida", de la vida digna hasta el último momento, una vida donde no seamos un cero a la izquierda ni cordero de pascua de un ocasional fanático con bata blanca que considere nuestra dolorosa muerte una ofrenda a su dios.