miércoles, 10 de diciembre de 2008

Libertad de impresión


Al margen de que Beatriz Montañez reúna en su persona un dechado de virtudes de toda índole absolutamente adorable -aprovecho para pedir, formalmente, su mano-; al margen de que el equipo de El Intermedio esté logrando proporcionar una contracorriente más que saludable en el detritus multimedia que avasalla a todo aquél empeñado en encontrar algo de calidad en la televisión; y al margen también de que el límite nunca debe significar la carencia de límites, ví y escuché hace unos días -en el transcurso del programa al que aludo- una opinión puesta por la Redacción en boca de Beatriz. Añadido a su arrebatadora presencia, Beatriz posee y utiliza un intelecto privilegiado, realzado con sorna por Wyoming en el simpático teatrillo que montan a diario para amenizar las andanadas de sentido común y humor conque, las más de las veces, nos deleitan a sus incondicionales y dejan tocados de ala a más de cuatro alfeñiques.

Comentaba Beatriz sobre los mensajes SMS que ruedan por los bajos de muchos debates -de o más variopinto- que se montan en las televisiones, haciendo hincapié en algunos de claro contenido xenófobo. Acto seguido, de sopetón, dejó caer que resultaba evidente que los mensajes enviados por los telespectadores, en tiempo real, eran incorporados a la emisión sin un, a juicio de los guionistas de El Intermedio, filtro previo.

Dicho lo cual, se quedó tan ancha. Y me quedó un regusto áspero. La impresión -libre impresión- de que se estaba solicitando una censura previa a la opinión de los ciudadanos. A su libertad de expresión.

Por mi parte, necesito sentirme libre de opinar -que no de actuar-, porque la sensación que, en uso de mi libertad inalienable, me causó, me llevó a una cavilación con puesta de carne de gallina incluida: que la teoría de los pensamientos únicos está conduciendo a la bipolarización de la libertad de expresión. Que cada uno de los polos empieza a exigir su cuota de censura sobre los planteamientos del polo opuesto.

La sociedad de cualquier época -y sobre todo la actual- es un compuesto enrevesado en el que los intereses y casuísticas se enfrentan y generan puntos de vista dispares, encontrados, dependiendo de la posición que cada cual ocupa dentro de este inmenso tablero de ajedrez.

Personalmente, la posiciones xenófobas me parecen del todo equivocadas. Como me lo parece la publicidad consumista. O la estampa de un alto cargo político arrodillado, idolatrando una imagen de yeso.

Me pregunto si mi orientación ideológica me otorga el derecho de censurar la libertad que, al igual que yo, asiste al resto de los seres humanos a expresarse. Más que nada, porque la situación podría ser perfectamente reversible.

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