martes, 18 de marzo de 2008

CORAZÓN ROBADO

Hace unos días aparecía en una cadena local un mini documento gráfico en el aparecía una señora, saetera de cante a la madre de la deidad y tente en pie, visiblemente emocionada, entregada al acto de ensalzar a la imagen venerada por los bienes otorgados. Los hondos y conmovedores gorjeos en su voz, los bellos trinos aristados, los quiebros del aire en la garganta impelidos por los agradecidos y píos pulmones. Qué turbación.

La fervorosa solista, en un alarde para mí desconocido de desvergüenza, insolencia y desagradecimiento sin límites, concedía toda gracia y mérito a una estatua, ausente, inmóvil, indiferente a su devoción, por el éxito de un trasplante de corazón de que había sido beneficiaria.

Si el donante fuese persona querida o allegada a mí, o fuese yo mismo el cirujano cuyas manos le devolvieron la salud y la vida, solicitaría inmediatamente que ese corazón que no merece le fuese extirpado sin anestesia, e implantado en un pecho capaz de valorar el sacrificio y dedicación de dos seres humanos cuyo mérito les ha sido arrebatado, como tantas otras veces, por la incultura y la superstición.

Los idólatras deberían ser obligados a ser consecuentes con su actitud, y serles recetados exclusivamente padrenuestros y avemarías. El mundo sería un lugar más limpio.

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