jueves, 30 de abril de 2009

Banalidades

Había tenido un sueño, y con tal bagaje se lanzó a la conquista. Fueron las bombas de marzo, como las madres de mayo, el detonante del hastío, que no la causa del golpe de fiel que sacó de sus casillas y su casillero al lacayo yanqui, que se marchó de tres estertóreos golpes de tentáculo a través de la fugaz nube de negra y difusa tinta de calamar cobarde y embustero.

Así fue como sobrevino la revolución de los corsés y la alianza de los civilizados. El mandato de la vara estricta de medir a lo alto olvidando lo ancho, de la euforia boba y campestre de portada de La Atalaya; del gallo abnegado, empeñado en anidar en nidos de águilas que, jocosas, le picotean el coco por no arrojarle risco abajo.

¿Será sino de esta tierra parir misceláneos en lugar de estadistas? Las puertas de la sensatez siempre están de par en par, pero nadie con el arrojo y honestidad suficiente para traspasarlas. Los últimos artículos anotados en lista de la compra del supermercado de los fracasos, se apila ya en las orillas del papel de notas. Y aún sobra tiempo para más.

La Democracia se ha vaciado como el tronco de un viejo árbol. Vacía de contenido, resecos y atascados sus vasos conductores, mermados sus frutos y olvidadas las aspiraciones que llevaron a plantar la misma semilla que en otros lares con tanta salud había germinado. Sus ramas resecas flotan hoy a la deriva de la corriente perezosa de la historia.

Se acerca la estación de lluvias del río Europa, pero los fértiles limos quedarán lejos -también en esta ocasión- de los territorios anclados en las cotas más altas, siempre a salvo del sentido común. Como toda reserva tribal, mero museo de personajes y hábitos paleolíticos, prioriza la traición como forma de tradición, habitada por aborígenes de conciencia encapuchada e impermeable para no dejar salir y, sobre todo, impedir penetrar ni un hilacho de la brisa que pudiese barrer la hojarasca de burda santería en descomposición, el costumbrismo viciado, incestuoso y endogámico de la tribu hispánica, de honor tan gitano como soberbio y fratricida, irreductibles esclavos de sí mismos.

Reserva espiritual de occidente que llaman, siempre sustentada, revivida, alimentada de los huesos viejos, olvidados y olvidables de abortos incontables de mil trescientas o tres mil semanas, por los que nadie levantó la voz.

Tierra prometida pero no cumplida. Tierra de banalidad que sólo resuella cuando el hambre ahoga, cuando acabadas las uvas, los lazarillos son molidos a palos, palos de ciego.

1 comentario:

MariaJU dijo...

Cuando hablo de mi amigo Pincho a quienes se relacionan conmigo y les remito a que lean lo q escribe, me invade el orgullo de tan dilecta relación.

un abrazo