lunes, 5 de abril de 2010

Los Intocables de Ratzinger

La efebofilia mística es ya un asunto manido que debería encontrarse ya a estas horas en vías de solución, aunque me temo que visto lo visto, la cuestión va a quedar de nuevo en agua de borrajas. Ahora más que nunca se ha podido corroborar el inmenso poder terrenal que atesora la Curia, que a capeado a pecho descubierto los envites de la realidad repugnante que la impregna; imposible corromper aún más lo que hace siglos que está podrido. No queda más que resignarse, una vez más, y murmurar éso de con la iglesia hemos topado.

Reconozco que a veces siento algo de aprehensión. Es una lucha desigual, sobre todo en este país, con un Estado confesional de facto amedrentado ante datos que se les presentan infames e inflamados y que es incapaz de contradecir las huidas verbales hacia adelante en boca de jerarcas y fieles de a pie, dignos peones, llamando a la yihad católica contra aquellos que reúnen el valor para enfrentar los desmanes y supercherías de la numerosa jerarquía eclesiástica.

Con el cristofascismo de postguerra desempolvando los baúles, sólo pensar en lo que ha ocurrido cada vez que han enarbolado del crucifijo por las calles, hiela la sangre. Para los anticlericales -y digo anticlericales, que no anticristianos-, se abren dos posibles salidas: o el arrepentimiento y aceptación de los dogmas impuestos desde la cúpula, o la condena al ostracismo y penas aún peores. Así ha sido cada vez que se ha sellado la alianza Iglesia-Estado.

La desigualdad en la pugna se evidencia en la potestad que demanda la Iglesia para someter a criba todo cuanto acontece en la sociedad, mientras clama por la inviolabilidad de sus cuentas, que sólo a Dios corresponde juzgar. Todo un brindis al sol y un burdo truco para huir de la quema.

Sé que no luchamos contra ningún Dios. Todas las élites religiosas -no sólo la católica- acaban ganando cuantas partidas se les plantean tarde o temprano, no por voluntad divina, si no porque a ellas se adhieren para liderarlas los tipos más despiadados y manipuladores del momento, que ven en la religión una oportunidad de invertir sus ambiciones más inconfesables.

Está ocurriendo igualmente con el Islam, que lenta pero inexorablemente se está incrustando en los márgenes no escritos de occidente, trayendo a las puertas de Europa una filosofía que en muchos aspectos nos es ajena y detestable. Y quizá estemos comentiendo el error de apoyarles tácitamente con la vana esperanza de asistir con ello al debilitamiento de la clerigaya que nos puya y gobierna desde hace siglos pero, en tal caso, nos estaríamos equivocando de medio a medio.

Si el racionalismo ya encuentra difícil encaje en la curia romana, con la dispersa élite de jerarcas islámicos estaríamos hablando de órbitas dispares, de universos contrapuestos.

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